
El Centro Histórico de la Ciudad de México, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987, vive hoy una transformación que preocupa a comerciantes, vecinos y defensores del patrimonio. Aunque la gentrificación tradicional ha sido ampliamente documentada —marcada por la llegada de extranjeros, la digitalización del trabajo y el encarecimiento de rentas—, existe otra forma de desplazamiento más silenciosa pero igualmente agresiva: la comercial.
Locales de comida, tiendas de ropa, pequeños talleres y negocios tradicionales están siendo reemplazados, no por cafeterías hipster ni galerías de arte, sino por enormes bodegas y centros de distribución vinculados al comercio digital y la logística.
“Están convirtiendo el Centro en una bodega”, resume con frustración Julia Morales, comerciante de la calle República de Uruguay. “Antes aquí había zapaterías, relojerías, lugares que tenían décadas. Hoy, los mismos espacios están llenos de cajas, plásticos, códigos de barras y gente embalando pedidos. Es otro tipo de invasión”.
Del turismo al embalaje masivo
Lo que alguna vez fue el corazón cultural, comercial y político de la ciudad, ahora comienza a llenarse de pasillos oscuros llenos de estanterías, envoltorios y rutas de entrega. La razón detrás de esta tendencia es clara: el boom del comercio electrónico en México.
Según datos de la Asociación Mexicana de Venta Online (AMVO), las ventas en línea en el país crecieron un 24% en 2024 respecto al año anterior. Este auge ha detonado una demanda feroz por espacios céntricos bien conectados, lo cual hace del Centro Histórico un punto estratégico ideal para almacenamiento y distribución.
“El Centro es accesible desde cualquier punto de la ciudad. Está conectado con las líneas principales del metro, el Metrobús, y es ideal para los ‘riders’ y repartidores. Pero esta ventaja logística está acabando con el alma comercial del barrio”, explica la urbanista Claudia Sánchez, investigadora del Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva de la CDMX.
Aumento de rentas y contratos opacos
Además del impacto visual y operativo, los comerciantes también denuncian un aumento desmedido en las rentas de los locales. “En 2020 yo pagaba 10 mil pesos por 30 metros cuadrados. Hoy me quieren cobrar 28 mil por el mismo espacio”, dice Manuel Gutiérrez, dueño de una imprenta de más de 40 años en la zona de Bolívar.
El fenómeno no es nuevo. En 2013, la entonces Autoridad del Centro Histórico (ACH) identificó una creciente especulación inmobiliaria. Sin embargo, la situación se ha agravado por la falta de regulación específica sobre usos de suelo orientados al comercio digital.
“Muchos de estos centros de distribución operan en zonas que no fueron diseñadas para ello. Usan edificios patrimoniales, incumplen normas de seguridad y transforman el tránsito local. Pero nadie los detiene”, afirma Sánchez.
A esto se suma la falta de vigilancia por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que tiene injerencia en la zona por su valor patrimonial. En una consulta realizada por este medio, el INAH reconoció que no cuenta con personal suficiente para revisar todos los cambios de uso dentro del Centro Histórico.
Desplazamiento encubierto
Este proceso de gentrificación comercial no desplaza necesariamente a residentes —como ocurre en otras colonias como la Roma o la Condesa—, sino que afecta directamente a los comerciantes tradicionales. Es decir, se trata de un reemplazo económico más que habitacional.
“Los nuevos actores no son más modernos, solo tienen más capital y responden a una lógica diferente. No les interesa el entorno, la identidad o la comunidad. Solo les importa entregar rápido y barato”, apunta Morales, quien resiste cerrando su local solo tres días a la semana para no perder visibilidad.
La situación también tiene implicaciones laborales. Los antiguos trabajadores de tiendas o pequeños talleres ahora compiten con operadores logísticos que trabajan por comisión y bajo condiciones precarias. “Antes yo era vendedor. Hoy soy ‘picker’ y gano menos, pero no tengo otra opción”, confiesa un joven que trabaja para una conocida tienda de e-commerce y que prefirió mantener el anonimato.
El patrimonio en riesgo
Uno de los puntos más sensibles de este fenómeno es el impacto sobre el patrimonio edificado. Algunos centros de distribución se han instalado en casonas coloniales sin permisos adecuados, lo que pone en peligro estructuras de valor histórico.
La asociación civil “Vecinos del Centro Unido” ha documentado al menos 17 inmuebles en donde se realizan modificaciones no autorizadas. “Hacen rampas, tiran muros, instalan cámaras y sistemas de seguridad sin consultar a nadie. El gobierno parece mirar hacia otro lado”, denuncia su vocera, Mariana Lozano.
¿Qué se puede hacer?
Expertos en urbanismo proponen medidas urgentes para contener este fenómeno:
- Reforma al uso de suelo: Que impida el establecimiento de bodegas en zonas patrimoniales o de alto valor cultural.
- Regulación del comercio electrónico: Para exigir responsabilidad social a las empresas logísticas que operan en zonas urbanas sensibles.
- Incentivos fiscales para negocios tradicionales: Que ayuden a los pequeños comerciantes a sostenerse frente al aumento de rentas.
- Mayor presencia del INAH y la Secretaría de Cultura: Para frenar intervenciones ilegales en inmuebles históricos.
“El Centro Histórico debe seguir siendo un lugar para vivir, visitar y aprender. No puede convertirse en una bodega disfrazada de ciudad”, concluye Sánchez.
Fuentes consultadas:
- Asociación Mexicana de Venta Online (AMVO) – www.amvo.org.mx
- Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva de la CDMX
- Entrevistas directas con comerciantes del Centro Histórico
- Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)
- Asociación Civil «Vecinos del Centro Unido»
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«Del alma histórica al almacén: Comerciantes denuncian la transformación del Centro Histórico de CDMX»
El Centro Histórico de la Ciudad de México, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987,